Soy aficionada al arte árabe en cualquiera de sus manifestaciones. Me parece sumamente interesante y agradable para los sentidos, ya sea de forma visual o auditiva. Y me sobra decir que, desde luego, conocer otras culturas y su arte es algo muy enriquecedor a nivel personal.
He caído en la cuenta de que hasta ahora no he dedicado ninguna entrada sobre este tema. Todo lo que he escrito ha sido acerca de parajes naturales –excepto en el caso de
Buitrago del Lozoya. Por eso hoy vengo a hablaros de una maravilla construida hace cientos de años y la cual es un orgullo para nuestro país. De hecho, yo creo que toda persona que viva en España debería ir a ver este monumento al menos una vez en su vida. Pero no hace falta que yo lo diga, porque de sobra es conocido por todos que la Alhambra es una joya histórica y artística de nuestro país, y un orgullo indudable para la ciudad de Granada.
Sin meterme en explicaciones de historia sobre su construcción y sus características, os vengo a contar mi experiencia personal en mis visitas a tan bello lugar. He estado en la Alhambra tres veces en mi vida: la primera, en unas vacaciones de verano, en la época en que iba al colegio; la segunda, cuando tenía 16 años y estaba en el instituto; y la última, hace casi dos años, estando ya en la universidad. Cada una de las veces que he ido ha sido distinta de la anterior y me han servido para reafirmarme en mi gusto por el arte árabe y mi convicción de que la Alhambra es uno de los monumentos más interesantes y bellos que he visto.
Dicen por ahí que no hay que fiarse de las apariencias, que el exterior engaña, y estoy de acuerdo con el dicho. Sin embargo, la Alhambra no cumple esa regla. Si a primera vista ya aparece majestuosa ante nuestros ojos, por dentro no lo es menos. Os invito a que hagáis la prueba. Primero observadla por fuera, sin prisas, deleitándoos con su visión. Un momento ideal es al atardecer en el Mirador de San Nicolás, desde donde hay unas vistas privilegiadas. A esa hora del día uno entiende por qué la Alhambra también es llamada la “fortaleza roja”.
Dentro de la Alhambra, nos esperan los bellos jardines de Generalife, con sus flores por doquier y sus fuentes. ¡Qué gran acierto el del agua! Si os paráis a mirar y a escuchar atentamente, no podréis dejar de apreciar el efecto tan relajante que crea el agua con su sonido y su reflejo en las paredes (esto se aprecia muy bien, por ejemplo, en el Patio de los Arrayanes).
Y dentro de los edificios, ¡qué exquisitez en la decoración! Todo es hermoso. Mientras que el aspecto exterior de la fortaleza puede parecer sobrio –dentro de su grandeza–, el interior es precisamente lo opuesto. No puedes dejar de deleitarte con cada uno de los detalles que se pueden apreciar en el techo, en las columnas, en las paredes… Mires donde mires, puedes encontrar algo en lo que pararte a mirar y examinar.
¿Y que os gustan las vistas panorámicas? No hay problema. Desde la Alhambra podéis disfrutar de ellas. ¿Qué os parecen estas?
Cuando estaba en aquel lugar no podía dejar de preguntarme cómo sería la vida allí hace siglos. Nosotros lo vemos como un monumento, una construcción grandiosa, pero no olvidemos que además de fortaleza, contaba con un palacio. Ahora sólo quedan los restos, muy bien conservados, de lo que fue, pero imaginaos cómo debía ser en su época con todos los lujos propios de los palacios y con las gentes yendo y viniendo de un lugar para otro. Debía ser increíble. ¡Qué no daría por poder verlo! En fin, habrá que conformarse con la imaginación, que es libre y puede crear los mundos de ensueño que queramos.
Según voy terminando de escribir esta entrada de mi blog, me están entrando ganas de volver a Granada para explorar cada uno de los rincones de la Alhambra (sin duda tengo que volver a hacerlo en el futuro). Pero no me gustaría despedirme sin compartir con vosotros un poema de Ángel Ganivet dedicado a esta belleza que es la “fortaleza roja”. Espero que os guste tanto como a mí.
TORREONES DE. LA ALHAMBRA
¡Qué silenciosos dormís,
torreones de la Alhambra!
Dormís soñando en la muerte,
y la muerte está lejana.
Sale el sol y vuestros muros
tiñe con tintas doradas,
sale la luna y os besa
con sus rayos de luz blanca,
y vosotros dormís siempre
y la muerte está lejana.
La noche serena os cubre
con su túnica estrellada,
y la noche tenebrosa
os prende en sus negras alas,
y vosotros dormís siempre
y la muerte está lejana.
Puras gotas de rocío
vuestras almenas esmaltan;
la lluvia, cruel, azota,
vuestras macizas murallas,
y vosotros dormís siempre
y la muerte está lejana.
La brisa amorosa os trae
dulces caricias del alba;
sopla el vendaval airado
y a las viejas puertas llama,
y vosotros dormís siempre
y la muerte está lejana.
Un sueño de largos siglos
por vuestros muros resbala,
cuando llegue a los cimientos
vuestra muerte está cercana.
¡Quién fuera como vosotros,
y largos siglos soñara,
y desde el sueño cayera
en las sombras de la nada!